Neurosis Obsesiva
El verano había sido divertido y sobre todo agradable. Hacía tiempo que Ana no veía a José, su marido, tan relajado, llegó a pensar que el carácter de José estaba cambiando y que aquellas extrañas manías y dudas en las que siempre estaba sumido empezaban a ser cuestión del pasado. ¡si hasta había sido generoso con el dinero!.
Quizás fue por ello que el reencuentro con la temporada laboral fue, esta vez, especialmente duro.
Ana sintió que de nuevo la vorágine de lo cotidiano amenazaba con tragarlos en la incomunicación y en la ruina económica, nuevamente el encuentro con la realidad constituía un duro golpe. La verdad es que esto no era nuevo, todos los años ocurría lo mismo y ella sabía que todo era cuestión de tiempo. Realmente eso no era lo que más le preocupaba.
Lo que a Ana le resultaba cada vez más difícil de soportar era el carácter de su marido y sus manías. A pesar de las esperanzas del verano, este año no fue distinto, José retomo la tensión y sus manías de una manera todavía más exacerbada.
Ana pensó que ya estaba bien y decidió que José tenía que poner fin y remedio a la situación, pensó que lo mejor es que acudiera a un psicólogo que le pudiera orientar. Cuándo se lo contó, José se resistió, mas la decisión e intransigencia de Ana terminaron por convencerle.¡qué remedio! pensó José, aunque en su fuero interno mantenía que no tenía ningún problema psicológico.
Es esta una de las características que distinguen a los sujetos obsesivos, no ven un problema psicológico, si acaso sienten que su problema es moral y que sus manías no tienen especial importancia. Es por ello que suele ser necesario que sea un tercero el que le dice que tiene que consultar.
José aceptó ir a la consulta por su mujer más que por convicción, le costó bastante pero mas le costo contar sus manías y su carácter a un extraño. Además pensaba que no tenía nada que enseñarle el terapeuta.
Es ello otra postura típica del neurótico obsesivo, desconfía bastante de la autoridad, en este caso la autoridad del psicólogo. Su postura ante la autoridad suele ser bastante ambivalente, esto es, surgen tan pronto sentimientos agresivos como afectuosos. El problema del neurótico obsesivo es que necesita que le ayuden desesperadamente, pero no acepta la ayuda. Para él, aceptar la ayuda o la enseñanza es quedar por debajo.
Afortunadamente José comenzó el proceso y poco a poco la psicoterapia le desveló una imagen de sí mismo que apenas había imaginado.
José era una persona de carácter introvertido, lleno de dudas, escrúpulos e inhibiciones. Se trataba muy mal, realmente mal. En la neurosis obsesiva es corriente encontrar un superyó excesivamente rígido e incluso cruel con el yo del sujeto. Un superyó o conciencia moral que controla continuamente al sujeto y está dispuesto a cazarlo al mínimo desliz.
La vida de José estaba llena de rituales, manías y temores. Tenía rituales hasta sobre la forma de caminar, ceremoniales para dormir, temor a dormir, temores a la gente, temor a no controlar y dar una patada a alguien. José se pasaba el día intentando controlar todo este enjambre de ideas obsesivas y actos compulsivos. Sin darse cuenta estaba preso de sí mismo.
Era razonable la preocupación de Ana. José conseguía hacer la vida imposible a los que estaban a su alrededor, siempre tenía que estar pendiente de algo.
La obsesión es un trastorno psíquico caracterizado por la irrupción en el pensamiento de un sentimiento o idea que le aparece al sujeto sin explicación, pero que proviene sin embargo de su propia actividad psíquica, siendo además un fenómeno repetitivo y persistente.
José empezó a salir del laberinto en cuanto pudo darse cuenta, gracias en parte al extraño, del sentido de sus ideas obsesivas y rituales. Llego a comprender que las ideas obsesivas tenían que ver con deseos reprimidos.
José era un hombre que se lavaba compulsivamente las manos, incluso podía llegar a lavárselas cuatro o cinco veces seguidas. Su conducta repetitiva estaba originada por una idea obsesiva de carácter imperativo. Una parte de él, su superyó, le decía “ve y lávate las manos”, ante lo cual no podía resistirse y tenía que obedecer.
El trabajo de asociación verbal y análisis, permitió establecer que dicha orden habría sido escuchada muchas veces en su infancia. En realidad se reproducía dentro de su mente, una escena de su pasado, una escena donde sus padres le mandaban lavar las manos por tenerlas sucias.
Mas eso no parecía suficiente para poder explicar el sentido de su comportamiento actual, parecía a todas luces una repetición de algo infantil, pero ¿Por qué se repetía en el momento actual?.
La clave se encontró cuando José recordó que de pequeño temía que sus padres descubrieran sus pensamientos, especialmente cuando estos eran sobre temas sexuales, es decir sobre temas considerados sucios. Llegó a pensar que si sus padres hubieran sabido de sus pensamientos le hubieran enviado a lavarse.
Estos recuerdos le hicieron encontrar rápidamente el sentido de lo que en esto momento le pasaba. Sentía un deseo sexual especialmente intenso y sus fantasías se reproducían con extremada rapidez delante de cualquier mujer que viera en la calle o en cualquier lugar. Ello originaba que sintiera inmediatamente que tenía pensamientos sucios e indignos por su condición de casado.
Era entonces cuando surgía su conciencia moral y como si de los padres se tratara todavía, le mandaba: “ve y lávate las manos”, orden que tenía que obedecer a toda costa para calmar su culpa.
La clarificación del sentido del proceso obsesivo, fue lo que permitió que José dejara de lavarse compulsivamente las manos. Ello se constituyó en la llave para analizar y disolver las demás ideas obsesivas y rituales de su rígido mundo.
Y Ana respiró.